Las arañas protagonistas del relato vivían en una casa normal y corriente, en un rincón de Alemania como cualquier otro. Como suele suceder, cuando se aproximaba la Navidad la familia comenzó a limpiar con esmero todos y cada uno de los recovecos del hogar.
En este proceso también deshilacharon las telas de las arañas, y a éstas no les quedó más remedio que esconderse en las rendijas del suelo y de las paredes.
A pesar de todo, estas arañas eran muy aficionadas a la Navidad, por lo que se quedaron contemplando la cena de Nochebuena desde sus escondites. Cuando por fin terminó y la familia se marchó a sus habitaciones escaleras arriba, decidieron salir y tener ellas mismas su propia celebración, danzando y correteando por las ramas del árbol de Navidad.
En esto estaban cuando apareció un invitado sorpresa: Papá Noel. Llegó por la chimenea y las arañas no se percataron de su presencia hasta que su sombra ya estaba sobre ellas. Se encogieron, asustadas, pensando que había llegado su fin al haber sido descubiertas… pero nada más lejos de la realidad. Al fin y al cabo, Papá Noel es un ser bondadoso y no se le pasó por la cabeza matarlas.
Sin embargo, también sabía que no podía dejarlas campar a sus anchas, puesto que se habían quedado sin casa, y corría el riesgo de que se dedicaran a picar a los miembros de la familia. Así pues, optó por transformarlas en unas hermosas tiras de colores, para que estuvieran ligadas por siempre al árbol que tanto les gustaba. Éste es el origen, por tanto, de las guirnaldas que cada año utilizamos para decorarlo.
En Alemania se sigue recordando esta historia colocando pequeñas arañas de cristal colgadas del árbol.
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